Victorio Macho – “La Madre”

 

   La estatua sedente de la madre de Victorio Macho fue ejecutada con verdadera devoción, en 1935, poco después de la muerte de su primera esposa, cuando sintiéndose solo, tornó a vivir con su madre y hermana, refugiándose en la ternura y afecto maternales.

 

 

   Fue concebida como un homenaje a todas las madres que han luchado y sufrido. Fue para él, su obra más querida, y la sublimación de su carrera de escultor: Es mi obra cumbre, la que más amo, la más perfecta, la que he realizado con más amor….”.

   En ella puso toda la emoción del hijo, acertando a expresar magistralmente la paz y serenidad que irradian de esta madre, modesta y abnegada, verdadero prototipo y símbolo de la maternidad. Tal y como explicaba Victorio Macho: Puedo asegurar que la estatua de mi madre es la estatua de todas las madres. En ella hay poesía, hay sufrimiento. Hay ternura, dulzura, desazón, tristeza, alegría, júbilo, humanidad, en suma.

   Supo expresar la sensación de vida interior, la resignación y serena humildad de una madre castellana.

   Constituye una de las más grandes obras de la escultura española de todos los tiempos. Con su noble cabeza de cabellos blancos, y sentada con los brazos cruzados, en actitud recogida y digna.

 

 

   Victorio Macho empleó distintos tipos de piedra. La larga y sencilla bata gris, fue labrada en piedra gris oscura de Calatorao (Zaragoza), que contrasta con el tono patinado de marfil del mármol de Carrara empleado en la cara y las manos, mientras que en el sillón y pedestal utilizó piedra blanca de Colmenar.

 

 

 

   Resalta por encima de todo, las prodigiosas manos que reposan juntas sobre el regazo acogedor. En ellas, Victorio Macho realizó un asombroso estudio, reflejando con realismo los músculos, las articulaciones hinchadas por el tiempo, las venas, las uñas, e incluso la huella de la arterioesclerosis.

 

 

 

   Nada más terminar la obra, Victorio Macho la expuso en su taller de la calle del Duque de Sesto de Madrid, a comienzos de 1936, siendo desde el primer momento, una de sus obras más admiradas y elogiadas.

 

   Viviendo en Lima, en 1948, cuando Victorio Macho perdió a su anciana madre, la escultura se convirtió para él en una verdadera imagen objeto de veneración. Frecuentemente, en la soledad de su estudio, acudía a acariciar emocionado las manos de la estatua, tratando de dialogar espiritualmente con el que fuera su ser más querido. Es como si tuviera a mi madre viva…. Y cuando acaricio la fría piedra a la que di forma con filial veneración, me parece que aún estoy ante la presencia física de aquella santa mujer que yo amé más que a nadie en la tierra.

 

   Mucho se ha dicho sobre tan celebrada efigie, siempre en términos elogiosos, pero nada tan expresivo como lo expresado por su propio creador:

Ahí está sentada y hogareña, con su larga bata gris que recuerda un hábito: frente a Dios y ante el tiempo. Con su noble cabeza castellana de cabellos blancos y una plegaria contenida en los labios marmóreos. Con la mirada absorta en lejanías y recuerdos y las rugosas manos -que fueron bellas en su juventud – cruzadas, descansando para siempre de tanto coser, zurcir y remendar para los hijos. Ahí está ya, sobreviviendo en la inmortalidad que solo alcanzan esas íntimas y profundas obras de arte que nacieron del amor filial, de la comunión de dos almas que son una sola, de la convergencia de dos seres de la misma carne. Conmovedor milagro que llega a producirse entre madre e hijo, porque si ella le concibió y le dio vida con sus entrañas, si le amamantó y le acunó en su regazo para dormirle al son de dulces cantos, si por él soñó, sufrió y envejeció, él en cambio, por tanto venerarla logró infundirla una vida perdurable. Y la madre quedó ahí, tan presente y viva que, ante su vera efigie fracasó la Parca de la Muerte, por más que se llevara en las garras insaciables los caducos despojos de carne y huesos fenecederos, de los que sólo quedó la ceniza. Ahí está, en realidad la madre, que no en el nicho funerario transitorio del cementerio de Lima, junto a los infelices restos de mi hermana, la pobre y resignada Josefina; pero de donde habrán de salir para retornar a su tierra de España, y con ella fundirse y confundirse para después resucitar.

 

    Muchas eran las horas en las mañanitas de Madrid, en las que Doña Pilar bajada al estudio de Victorio Macho, sintiéndose dichosa por la trascendencia de lo que estaba haciendo su hijo. Orgullosa de que su hijo fuera captando todos sus rasgos y expresión de su ser físico y espiritual, para que quedaran plasmados en su efigie. En muchos momentos en los que quedaba inmóvil como su estatua, comenzaba a rememorar su infancia; y en otras ocasiones, para hacerle olvidar a Victorio, los negros presagios que amenazaban a su patria con una guerra civil, recordaba los juegos, invenciones y travesuras de Victorio de chico, allá en Palencia, donde le trajo a la vida. Y también le recordaba aquellos clásicos villancicos castellanos que cantaba Doña Pilar con sus cuatro hijos y con los acordes de guitarra del padre de Victorio. Traía también a su memoria, la defensa de Victorio de los pájaros y el cariño que sentía por los perros, y en especial el cariño que siempre sintió por su Morito, que le acompañaba hasta la escuela y le esperaba a que saliera, y con sus saltos y ladridos le hacía olvidar los pescozones que el maestro le propinaba por ignorar quienes fueron Recesvinto, CHindasvinto y Sisebuto. Doña Pilar se enternecía cuando recordaba a aquel corderillo blanco que le perseguía y jugaba con él, y al que llevaba al campo para que pastara y estaba con el bajo la sombra de un árbol, mientras Victorio soñaba como sueñan los niños. Pobre corderillo. Una mañana de diciembre al joven Victorio le despertaron los balidos quejumbrosos del corderillo al que vio desangrándose por la garganta y que agonizó y murió en los brazos de Victorio. Los padres de Victorio Macho, conmovidos por las lágrimas de su pena, no pegaron bocado y regalaron aquello inocente y bello ser sacrificado a los vecinos.

   Una mañana, mientras Victorio Macho trabajaba emocionado en las manos de su efigie, deseoso de dar forma a todas las formas y detalles que en ellas el tiempo había grabado, su madre revivió el místico recuerdo de una túnica nazarena de terciopelo morado que hizo para él. Victorio tenía 7 años y era el mayor de los hijos. El padre de Victorio era hermano de la Cofradía de Jesús, de Palencia. La Semana Santa era un motivo de intensa emoción en la familia. El padre de Victorio Macho que había sido carpintero en su juventud, le hizo una cruz tallada y Doña Pilar le vistió de pequeño penitente. Cuando Victorio Macho, en la catedral de Palencia se vio rodeado de los “Hermanos” de la cofradía con sus ojos contemplándole fijos a través de los agujeros de sus altas capuchas, él se amedrentaba y ellos al sentirlo, se quitaban las caperuzas para dejarle ver sus rostros campechanos, y se tranquilizó al ver que eran los amigos de su padre. Le pusieron delante del paso procesional de Cristo con la cruz camino del Calvario. Cargó sobre sus hombros su pequeña cruz y recorrió con ella, las calles de Palencia. Las mujeres le miraban enternecidas y le sonreían dulcemente al verle tan niño y sin pecado, y una de ellas le llamó: Galencillo, Jesús mío….. Era su madre. Al verle tan macilento y desfigurado a su hijo, se abrazó a él con angustia, colmándole de besos y abrazos, bañando su reseco y polvoriento rostro con sus lágrimas incontenibles…. Qué recuerdos……

   En este ambiente de remotas evocaciones a las que Doña Pilar retornaba entristecida y feliz, fue surgiendo a una vida perdurable su dulce y humanísima estatua, en una pura recreación de la santa intimidad entre madre e hijo. Prolongaban las sesiones para estar más juntos y sentirse más.

   Juntos para siempre quedaron los dos en aquellas piedras y mármoles extraídos de las entrañas de la naturaleza, y que por gracia del amor cobraron vida; y que como decía Victorio Macho: parecían hablarme ahora, como me hablaba mi madre en vida.

   Todas las mañanas cuando llegaba al taller, contemplaba su efigie y la acariciaba con sus manos transmitiéndola el calor de su corazón, a la vez que recibía de ella un mensaje de aliento para seguir en su arte.

 

 

   Entretanto que mi ser aliente, vaya donde vaya y por más que sufra o sea feliz, siempre su efigie estará conmigo, y confío que después será conservada con respeto por los demás, ya que ella tan mía, es también el símbolo de la madre de todos.

VICTORIO MACHO.

 

 

 

FUENTES:

 

    Texto de

VICTORIO MACHO. Vida, Arte y Obra.

Edita: Excma Diputación Provincial de Palencia

Texto y Maqueta: Jose Carlos Brasas Egido

© Diputación Provincial de Palencia

© del texto: Jose Carlos Brasas Egido

Depósito Legal: P.128-1998

I.S.B.N.: 84-8173-067-X

 

 

VICTORIO MACHO. MEMORIAS.

Edita: G. Del Toro (Madrid)

Texto y Maqueta: Jose Carlos Brasas Egido

© Zoila Barros Conti

© G. Del Toro. Editor. 19752.

Depósito Legal: M.30.328-1972

Distribuye: SERVICIO COMERCIAL DEL LIBRO

 

 

Fotografías de

ANGEL MARTINEZ TORIJA

 

Categorías: Museo Victorio Macho

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